sábado, 18 de abril de 2009

Dengue, salud pública y Gobierno Nacional

La existencia de enfermedades endémicas en Argentina y América Latina es conocida desde hace muchos años. También es conocido que dichas enfermedades, en condiciones que les son propicias, presentan rebrotes agudos, tomando a veces formas epidémicas. Tal el caso de la fiebre tifoidea, la fiebre amarilla, la leishmaniasis, la enfermedad de Chagas, etc. Hace pocos años, tuvimos un brote epidémico de cólera en nuestra región. Hoy, le toca el turno al dengue. Como no era de esperarse de otra manera, este brote fue tomado por los medios de prensa y por los partidos de la oposición, de manera inmediata, como una nueva bandera de lucha contra el gobierno de Cristina Fernández. Los efectos inmediatos de esta campaña fueron la desconfianza de la población en las acciones de gobierno y la irracional carrera en búsqueda de repelentes y espirales. El enclave fronterizo de nuestra región facilitó la expansión en muy corto plazo de nuevos casos de enfermedad confirmados. Llama la atención los pocos reflejos del gobierno nacional en salir al cruce a esta campaña de manera contundente. La medicina nacional tiene sobrados laureles en la lucha contra las enfermedades endemioepidémicas. Ya en la década de mil novecientos cincuenta, la lucha contra el paludismo marcó un hito en la historia de la salud pública a nivel mundial. La erradicación del paludismo fue lograda por un gobierno que desde el Estado tomó la responsabilidad de encabezar esa lucha, durante la gestión ministerial del Dr. Ramón Carrillo y bajo la supervisión permanente de otro héroe de la salud pública y no debidamente reconocido, el Dr. Alvarado. La acción inclaudicable en esta lucha permitió establecer que el agente transmisor de la enfermedad en estas tierras, el mosquito anópheles, tenía otras características en su ritmo biológico al de los mosquitos que en la vieja Europa producían la misma enfermedad, allá llamada malaria, de mal aire, propio de tierras pantanosas y aguas estancadas y pútridas. El anópheles desovaba en las márgenes de ríos y arroyos de agua cristalina y muy oxigenadas; entonces, de nada servían las recetas que venían de Europa. Y así se dio este gran paso en la historia de la epidemiología. Las campañas de fumigación. la siembra de alevinos de ciertos peces que se alimentan selectivamente de huevos y larvas de mosquitos, y otras medidas complementarias, lograron la erradicación de esta enfermedad severa e invalidante, todo ello en el marco de una política de pleno empleo, con desarrollo del mercado interno y la elevación del nivel de vida de la población. Hoy nos enfrentamos a un nuevo desafío. No estamos frente a una enfermedad de la pobreza cuya resolución no sea viable. La sociedad, en las últimas dos décadas, al expandir los asentamientos urbanísticos especialmente hacia el oeste (y no nos referimos a los asentamientos ilegales y villas miserias, como se quiere arteramente hacer creer) y la tala indiscriminada del piedemonte de hecho le dieron al mosquito un territorio propicio para su crecimiento. Las condiciones climáticas hicieron lo suyo. Y allí están los resultados. Y allí también se puede ver lo que pasa cuando no existe un Estado fuerte que asuma la plenitud de sus funciones. Las provincias se manejan según su saber y entender. Así vemos en Córdoba al gobierno fumigando los ómnibus que van y vienen del Norte. Como si la gente que viaja en avión o en automóvil por las rutas no pudiera ser portadora del virus. Poco serio. No es un enfermedad de la pobreza como la enfermedad de Chagas. Pero, como siempre ocurre, los que más la sufren son los pobres. Y es hacia ellos donde el gobierno destina los mayores recursos de la renta nacional. En buena hora. No hay vacunas para esta enfermedad, tampoco hay tratamiento específico. Y menos todavía existe la voluntad de los centros mundiales de poder y de desarrollo tecnológico, de investigar en la materia, si al fin al cabo, dirán, es un problema de los africanos y sudacas. Pero sí van a investigar los agro pesticidas, de acción letal para los humanos como se lo denunció reiteradas veces, y el caso de los niños banderilleros, que de pie en el campo marcan con su presencia, banderín en mano, los límites de las tierras que el avión debe fumigar. Con los niños adentro, claro. Ninguno llega a vivir quince años. Esa es la ciencia al servicio del dinero y no del bienestar humano. Esa es otra materia pendiente que tiene el país , con los científicos e investigadores, muchos en el exterior, y los que se quedaron, cuyo trabajo recién ahora comienza a reconocerse. Estos héroes silenciosos son los que harán grande a la Patria. No los mediocres productos híbridos hijos del monopolio de los medios de comunicación.

No hay comentarios:


Rep con CARTA ABIERTA TUCUMÁN

Rep con CARTA ABIERTA TUCUMÁN
Invitado por la LIBRERÍA EL GRIEGO y la A.P.T. pintó un mural en la Peatonal